Tarjeta sin crédito

El relato satírico debe reivindicarse, es fresco, vigorizante, es un plus a la literatura, —decía Mijail Bulgakov a palmo cantado y gritado, como quien no tan solo quiere la cosa sino que la añora y desea. Es un honor presentarles el siguiente escrito satírico, de una promesa en ascenso para la sátira en Venezuela.


Por José Silva (el sátiro caraqueño).
Tarjeta sin crédito

Estando en un restaurante de “categoría”, observas que el servicio no es bueno. Por ello, luego de terminar el plato, piensas pedir el postre, pero a falta de azúcar, te pueden dar es tizana. Se aproxima el mesero y te pregunta:
- ¿Cómo estuvo la comida, señor?

Le dices: ¡estuvo excelente! Tan buena como está el país.

El mesero, confundido, te pregunta:

- ¿Qué tal la carne?

Tú comentas: bueno, no está mal, pero si estuviera más cerca porque de carne está bien (evidentemente te estás refiriendo a la joven cabello castaño claro con vestido azul de seda corto que está en la mesa contigua y te ha echado unas tres miradas meneando el cabello, además se encuentra sola), digo, si estuviera más visible.

Perdón, ¿hay cerveza? Pestañeas tres veces y tu compañera, luego de terminar su plato, voltea a ver qué estás viendo.



Por suerte, la joven se ha levantado hacia el baño y diagonal a su mesa se encuentra un señor sentado y leyendo un libro. Entonces, le dices a tu compañera: me intriga saber qué está leyendo ese señor, quizá me acerque en un rato (cuando la otra regrese del baño) y le pregunte qué lee, porque lo que tiene entre manos debe ser demasiado interesante como para dejar de comer.

Evidentemente has maquinado que si te acercas al señor, podrás ver a 45 grados, las piernas de aquella mujer.

Llega el mesero y te dice que, milagrosamente, sí hay cervezas. Adicional a ello, te sugiere que si puede hacer algo para que tu estadía sea más confortable.

Se te ocurre decirle que si puede quitar esa canción molesta de un hombre que le pregunta a alguien que cómo se llama que él no sabe, evidentemente si alguien pregunta el nombre de otra persona es porque no sabe, pero como el ritmo cura todo y la ocasión parece propicia… En fin, le dices que si te puede preparar una sangría con vino blanco.

Tu compañera, que no es tu mujer, te dice, ¿pero es que no piensas regresar al trabajo? Le comentas, tranquila, que en estos menesteres siempre el transporte se retrasa y este cuerpo, acostumbrado ya al amargo ron y al dulce anís, podrá digerir como refresco esa sangría.

La mujer ha salido nuevamente del baño con un nuevo tono de pintura de boca, ahora luce más morena y un poco impaciente, como esperando que llegue su compañero (o compañera ¡inclusión!).

Llega el mesero con una jarra de tizana y en la otra mano la botella de vino blanco. Piensas, ¡santísimo Sacramento, voy a sacrificar esta tarjeta de crédito, y no solo eso, voy a ver si tiene crédito! La angustia te produce un retorcijón de estómago que se alivia al observar que la mujer te observa, te sonríe y voltea hacia otro lado para hacer más interesante la cuestión.

Romeo (y no el de Shakespeare) de fondo parece atestiguar aquel evento al son de Llévame contigo, suceso que se atenúa con los bajos tonos de las luces en el lugar. Cuando ya no puedes más y llevas la mitad de la sangría tú solo, porque la otra se está comiendo solamente los pedazos de melón, le confiesas, oye, aquella mujer está como cheveronga.

Entonces, tu compañera te responde, bueno, pero ofrécele un trago, si ves que todo progresa puedo decir que soy tu hermana y bórralo o forget it. La remedias diciéndole, ¿Qué modo de hablar es ese? Estamos en un lugar de categoría, comportémonos como tal. Todo eso lo expresas comiendo con las manos llenas de salsa y con la barba llena de sangría.

En fin, te sampas un fondo blanco sin masticar siquiera la piña del trajo y cuando se aproxima el mesero le dices, oye, pregúntale a aquella mujer que qué quiere de tomar que yo invito. El mesero se ríe sin mostrar los dientes como dejando entender que ya la conoce.

Eso te intriga y le preguntas, ¿viene con frecuencia acá? Él te responde: yo puedo decirle incluso que venga hasta tu mesa, con el permiso de la señorita presente. Entonces tu amiga te dice, tranquilo, yo me voy hacia el baño o me puedo ir, de igual forma es mediodía y en media hora ya debo estar en el trabajo.

Te encomiendas a Dios y a la santísima Virgen de Guadalupe y le dices, bueno, está bien, dile que venga. Entonces, cuando el mesero se acerca a su mesa y conversa con ella, ella te ve y te hace señas como preguntando que si puede acercarse. Tú, cual gallo envalentonao, asientes como si te diera igual si sí o si no.

El señor que se encontraba leyendo, levanta la mirada y la dirige hacia las piernas de la mujer que se ha levantado para sentarse hacia tu mesa, luego, continúa leyendo. Tu compañera te dice, bueno, yo me voy hacia el baño, luego me retiro. Entonces se sienta aquella mujer, te extiende la mano, te da un beso en el cachete y te dice, mucho gusto, soy Lilith.

Tragas grueso al escuchar ese nombre, pero te pones azul cuando el mesero llega con el trago de la mujer, un whiskey 18 años con soda. Piensas, eso solamente vale más que lo que pediste. La mujer sorbe el primer trago y te pregunta, ¿y tu amiga? Es bonita. Le comentas: ah, esa es mi hermana y debe estar en el baño.

Luego, te sugiere lo siguiente: oye, podemos pasarla bien, pero con un precio y me gustaría pedir la botella de whiskey completa. Ya intuyes la naturaleza, la profesión antiquísima a la que se dedica aquella mujer, entonces, para evadir la situación, como quien luego de haber matado al tigre le tiene miedo al cuero, le confiesas, aquella mujer es mi mujer, y no debería engañarla.

Cuando tu compañera sale del baño y la ve en la mesa, te comenta: bueno hermano, ya me voy a trabajar, adiós. Entonces, la interrumpes diciendo, ¿me dejas, amor? Luego, le dices a la mujer de azul: sí, es que nosotros en nuestra religión nos decimos hermanos así seamos esposos. Ella no se cree ni una pizca de lo que dices, se levanta y expresa con enfado, tú te lo pierdes… Luego, vuelve a su mesa.

Tu ficticia mujer, te dice, bueno, ¿no y que querías conocerla? A lo que tú le respondes vacilante: es mejor que vayas saliendo del local y veas si hay alguna salida de emergencia para mí, porque recordé que esa tarjeta no tiene crédito. :v

¡Qué injusticia!

Comentarios

Entradas populares