La superficialidad como norma
La adolescencia se extiende hoy hasta edades muy avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. Y, todavía peor, la opinión pública considera la inmadurez deseable, incluso normal para un adulto. Como resultado, los derechos, o privilegios, imperan sobre los denostados deberes, esas pesadas obligaciones de un adulto. La imagen se antepone al mérito y el esfuerzo. Y la inclinación a la protesta, al pataleo, domina a la superación personal.

Se explicaría así, en parte, el triunfo del Brexit en Gran Bretaña y el posterior giro hacia un populismo proteccionista y paternalista del Partido Conservador, antaño acérrimo defensor de la responsabilidad individual. Una regresión con el acompañamiento entusiasta del Partido Laborista, como si ambas formaciones constituyeran los extremos de una Omega que se cierra sobre sí misma. También cobraría sentido el preocupante espectáculo de las elecciones norteamericanas pasadas, abocadas a escoger el mal menor, donde el entusiasmo es más fruto de instintos primarios que de la reflexión, y la expectación de los debates entre Hillary Clinton y Donald Trump responde más al morbo y al esperpento que a la confrontación de ideas. Todos estos hitos, y muchos más reflejan una peligrosa corriente de pesimismo que se propaga por Occidente y alcanza a sociedades aparentemente cultas y maduras.
Definitivamente la superficialidad, la renuncia al pensamiento complejo, a principios y valores, para abrazar la simpleza, la comodidad, la inconsciencia, y sobre todo la falta de rigor académico y estudio serio acapara a todos los grupos; desde izquierda hasta derecha, desde los más férreos anti-sistemas hasta los más reacios conservadores de éste, constituye una puerta abierta a cierto tipo de tiranía, aparentemente benefactora, pero siempre opresora de la libertad. Alexis de Tocqueville anticipó hace casi dos siglos las consecuencias de este abandono: "Trato de imaginar nuevos rasgos con los que el despotismo puede aparecer en el mundo. Veo una multitud de hombres dando vueltas constantemente en busca de placeres mezquinos y banales con que saciar su alma. Cada uno de ellos, encerrado en sí mismo, es inconsciente del destino del resto. Sobre esta humanidad se cierne un inmenso poder, absoluto, responsable de asegurar el disfrute. Esta autoridad se parece en muchos rasgos a la paterna pero, en lugar de preparar para la madurez, trata de mantener al ciudadano en una infancia perpetua".
Por; Isabella Magno; el alter ego de una genio.
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